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Ricardo Hausmann
Ricardo Hausmann, a former minister of
planning of Venezuela and former Chief Economist of the Inter-American
Development Bank, is Professor of the Practice of Economic
Development at Harvard University, where he is also Director of the
Center for International Development
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El mito de la educación
TIRANA – En una era
que se caracteriza por la polarización en el ámbito de la política y una
parálisis en cuanto a políticas, deberíamos celebrar cada vez que se
produce un acuerdo generalizado sobre estrategia económica. A este
respecto, uno de los temas sobre los cuales existe coincidencia es la
idea de que la clave para el crecimiento inclusivo es, "educación,
educación, educación", como lo expresó el ex Primer Ministro del Reino
Unido, Tony Blair, durante su campaña para la reelección en 2001. Si
ampliamos el acceso a las escuelas y mejoramos su calidad, el
crecimiento económico será tanto sustancial como equitativo.
Como dirían los italianos: magari fosse vero
- ojalá fuese verdad. El entusiasmo por la educación es perfectamente
comprensible. Queremos que nuestros hijos reciban la mejor educación
posible para que así tengan una completa gama de opciones en su vida,
puedan apreciar mejor todas sus maravillas y participar en sus desafíos.
Además, sabemos que las personas con mejor educación tienden a percibir
ingresos más altos.
La importancia
de la educación es incontrovertible - la enseñanza es mi actividad
profesional, de modo que ciertamente espero que tenga algún valor. No
obstante, el que la educación constituya una estrategia para el
crecimiento económico es una materia diferente. Lo que la mayor parte de
la gente entiende por una educación mejor es una mayor escolaridad,
mientras que por una educación de mejor calidad, lo que se entiende es
una adquisición efectiva de habilidades (según lo revelan, por ejemplo,
los resultados de la prueba estandarizada PISA que administra la OCDE).
Pero, ¿es esto realmente lo que impulsa el crecimiento económico?
En realidad, el empuje por una educación mejor es un experimento que ya ha sido llevado a cabo a nivel mundial. Y, como lo ha señalado Lant Pritchett, un colega de Harvard, su resultado a largo plazo ha sido sorprendentemente decepcionante.
En
los 50 años transcurridos entre 1960 y 2010, el tiempo promedio que la
fuerza laboral mundial estuvo en la escuela se triplicó, pasando de 2,8 a
8,3 años. Esto significa que el trabajador promedio en un país medio
pasó de tener menos de la mitad de una educación primaria a tener más de
la mitad de una educación secundaria.
¿Cuánto
se debería esperar que hubiera aumentado la riqueza de estos países? En
1965, en Francia, la fuerza laboral tenía un promedio de menos de cinco
años de escolaridad y su ingreso per cápita era de US$14.000 (a precios
de 2005). En 2010, los países con el mismo nivel de educación tenían un
ingreso per cápita por debajo de US$1.000.
En
1960, los países con un nivel de educación igual a 8,3 años de
escolaridad eran 5,5 veces más ricos que los que tenían 2,8 años de
escolaridad. En contraste, los países que aumentaron sus años de
escolaridad de 2,8 en 1960 a 8,3 en 2010, eran solamente el 167% más
ricos. Más aún, es imposible atribuir la totalidad de este incremento a
la educación, puesto que en 2010 los trabajadores contaban con
tecnologías que eran 50 años más avanzadas que las de 1960.
Evidentemente, se necesita algo más que educación para generar
prosperidad.
Como
suele suceder, la experiencia de ciertos países en particular es más
reveladora que los promedios. China empezó con menos educación que
Túnez, México, Kenia o Irán en 1960, y había progresado menos que estos
países para 2010. No obstante, en términos de crecimiento económico, los
aventajó a todos de manera estrepitosa. Lo mismo se puede afirmar de
Tailandia e Indonesia con respecto a Las Filipinas, Camerún, Ghana o
Panamá. Es decir, los países que crecen en forma rápida deben estar
haciendo algo que va más allá de proporcionar educación.
La
experiencia dentro de los países también es reveladora. En México, el
ingreso promedio de los hombres de entre 25 y 30 años de edad que
terminaron la educación primaria, difiere por más de un factor de tres
entre las municipalidades más pobres y las más ricas. Esta diferencia no
puede estar relacionada con la calidad de la educación porque quienes
se trasladaron de las municipalidades más pobres a las más ricas también
aumentaron sus ingresos.
Y
hay noticias aún peores para los partidarios de la "educación,
educación, educación": la mayoría de las habilidades que posee una
fuerza laboral, las adquiere en el propio trabajo. Lo que una sociedad
sabe hacer, se sabe principalmente dentro de sus empresas, no en sus
escuelas. En la mayoría de las empresas modernas, menos del 15% de los
puestos de trabajo son de nivel inicial, lo que significa que los
empleadores exigen algo que el sistema educativo no puede proporcionar -
ni se espera que lo haga.
Al
revisar estos datos, los entusiastas de la educación suelen decir que
ella es una condición necesaria pero no suficiente para el crecimiento.
Si éste es el caso, en ausencia de las otras condiciones, es poco
probable que la inversión en educación rinda mucho. Después de todo, a
pesar de que en 2010 el ingreso per cápita de un país típico con diez
años de escolaridad era de US$30.000, en países como Albania, Armenia y
Sri Lanka, donde existe ese nivel de escolaridad, el ingreso per cápita
era inferior a US$5.000. Sea lo que sea que impide que estos países sean
más ricos, no es la falta de educación.
El
ingreso de un país está dado por la suma de la producción de cada
trabajador. Para aumentar el ingreso, es necesario aumentar la
productividad del trabajador. Evidentemente, "algo que anda por ahí", y
que no es la educación, hace que la gente sea más productiva en algunos
lugares que otros. Para que una estrategia de crecimiento tenga éxito,
se precisa descubrir en qué consiste ese "algo".
No
nos equivoquemos: es presumible que la educación incremente la
productividad. Pero considerar que la estrategia de crecimiento consiste
nada más que en la educación significa abandonar a quienes ya han
pasado por el sistema educativo, vale decir, la mayor parte de los
mayores de 18 y casi todos los mayores de 25 años de edad. Es una
estrategia que deja de lado el potencial que tiene el 100% de la fuerza
laboral de hoy, el 98% de la del próximo año, y un gran número de
personas que ya salieron del sistema educativo y continuarán con vida
durante los próximos cincuenta años. Una estrategia basada
exclusivamente en la educación hará que todas ellas lamenten haber
nacido demasiado temprano.
Nuestra
generación tiene demasiados años para que su estrategia de crecimiento
sea la educación. Lo que necesitamos es una estrategia de crecimiento
que nos haga más productivos - y así podamos generar los recursos
necesarios para invertir más en la educación de la próxima generación. A
esta nueva generación le debemos el poder desarrollar una estrategia de
crecimiento para nosotros mismos. Y esta estrategia no va a consistir
en nuestro regreso a la escuela.
Traducido del inglés por Ana María Velasco
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